Era un jueves lluvioso en aquel barrio
y todo el mundo andaba refugiado en sus casas. También hacía frío,
mucho, así que las manos de Miriam estaban rojas y heladas. Estaba
sentada tras el mostrador de la biblioteca en su nuevo puesto de
trabajo rodeada de un silencio que a veces se interrumpía por los
pasos de la gente o las páginas de los libros moviéndose. Miriam
llevaba una cola alta aunque algunos mechones le habían resbalado
así que caían por su cara y unas gafas negras que cubrían sus ojos
marrones y grandes. Vestía un jersey ancho y unos vaqueros
ajustados. A pesar de llevar botas tenía frío en los pies.
Tic tac.
Casi eran las ocho, ya hacía rato que
había oscurecido y en aquella biblioteca sin calefacción ya no
habían más que cuatro personas. Miriam se levantó para avisarles
de que pronto cerraría la biblioteca. Eso hizo, una por una, fue
acercadose a las personas que estaban allí para decirles que les
quedaba poco tiempo, pero su aviso lo interrumpió un chico que
entró. Tenía el pelo mojado y su ropa también lo estaba. Miriam lo
miró y se acercó a él para decirle que mejor volviera al día
siguiente.
Perdona, está cerrada ya, es
tarde. Vueve mañana.
¿Cerrada? La puerta está
abierta.
Eh, ya, pero...
Sólo será un momento.
Sólo un momento. - bufó.
El chico irguió una ceja confuso y la
miró de arriba a abajo. Miriam tenía las mejillas rojas y los
labios agrietados. Lo miraba reprochándole los minutos de más que se
quedaría en la biblioteca después de un día tan aburrido, y eso le
hizo sonreír.
Miriam se dio la vuelta para volver al
mostrador a recoger y apagar el equipo y el chico se quedó dando
vueltas entre las estanterías. Había muchos libros que ya había
leído, la biblioteca del barrio hacía tiempo que no renovaba su
material. Las estanterías estaban bastante saturadas y la madera
tenía grietas en algunas zonas.
Los minutos pasaban y el reloj de pared
marcó las ocho en punto. Ya no había nadie más que Miriam y aquel
chico. Miriam bufó y se acercó al castaño para exigirle que
saliera, que si quería alquilar algún libro ya era tarde.
Oye, tienes que irte.
¿Ya?
Sí.
Pues - el chico pasó la mano por
los libros que había en el estante que estaba a su altura – a ver
cuando renováis.
¿Cómo? Mira, da igual. Me tengo
que ir, voy a perder el autobús.
Si quieres te llevo.
No. - Miriam cada vez estaba más
cabreada. El castaño la miró de arriba a abajo.
Rarita.
De repente el chico se acercó a
Miriam y la cogió contra él para comerle la boca. Miriam se sintió
confusa y se sorprendió muchísimo, no sabía qué hacer. Intentó
separarse pero ya no podía, el chico le mordía el cuello y apretaba
su culo con sus manos.
El chico siguió recorriendo sus
piernas y conforme lo hacía bajaba su cara hasta los muslos de
Miriam. Empezó a quitarle los vaqueros y se encontró con unas
braguitas azules que empezaban a mojarse.
Miriam se excitó con aquella orden y
empezó a relajarse. El chico le mordió encima de la ropa interior
en la zona de su clítoris. Ella misma ayudó a quitarse las
braguitas para que el castaño pudiera hacerlo mejor. Metía su
lengua juguetona pasándola insistente por su clítoris y ella se
apoyó en una estantería. Él hundió más su cara en su piernas y
Miriam notó que sus pezones empezaron a ponerse duros debajo del
jersey. Mientras lamía, el chico levantó un brazo y llevó una
mano hasta el pecho derecho de Miriam, que sólo estaba cubierto por
el jersey, como si esperase que aquel día un extraño lo manipulara
en la biblioteca a escondidas.
Dios... - Miriam respiraba
entrecortada y acariciaba la cabeza del muchacho, que empezó a
levantarse y la puso contra las estanterías.
Voy a follarte muy duro
princesita. - Miriam notó una chispa que recorrió todo su cuerpo
hasta concentrarse en su clítoris. - Mójame la mano. - Puso su
fuerte mano delante de la boca de Miriam y ésta la llenó de
saliva.
El chico, que ya tenía su miembro
duro y caliente, empezó a masturbarse con la saliva de Miriam
cubriendo todo su pene.
¿Preparada, nena? - Miriam
jadeaba, no podía esperar más a tenerle dentro. El castaño mordió
su cuello y otro chispazo recorrió su cuerpo, esta vez
concentrándose en sus pezones.
Miriam no había visto su miembro pero
sí lo estaba sintiendo. La había inclinado levemente sobre los
libros y ahora daba lentas sacudidas sincronizadas metiendo todo su
miembro en vagina mientras agarraba y masajeaba sus nalgas. Cambió
sus manos de posición y agarró los pechos de Miriam, acariciando
sus pezones, acto seguido los agarró con fuerza y la velocidad de
las sacudidas y su fuerza aumentaron haciendo que la chica empezara a
gemir.
Miriam se ruborizó, se sintió una
novata teniendo su primera relación, pero no lo era. Para
demostrarlo empezó a mover su cintura haciendo que al chico se le
escapara un gritito, y eso la hizo sonreír. El ritmo cada vez era
más rápido y aquel rinconcito de biblioteca olía más y más a
puro sexo. Miriam creía que iba a estallar en cualquier momento,
pero el chico le dió la vuelta, le quitó la ropa y la cogió en
brazos, ella rodeó la cintura del castaño con las piernas y
acarició su nuca con las manos mientras lo besaba y él metía su
miembro con cada vez más violencia.
Eres una buena chica, gafitas.
Haz que me corra, gilipollas.
El chico la empujó contra la pared y
le comió la boca con violencia a Miriam, que como Erik, el castaño,
no aguantó más y se corrió, gritando todas sus ganas en la boca de
un sudado y muy, muy caliente desconocido que sólo había entrado
para refugiarse de la lluvia.