sábado, 22 de septiembre de 2012

Niño pobre

- Corre, ni se te ocurra mirar atrás. - Mientras Carlos agarraba la mano de Anita, su hermana, intentaba huir de aquel caos.

El olor a pólvora, los escombros que pasaban por encima de sus cabezas con silbidos que se confundían con las bombas que mataban a la gente. Gente inocente, personas con su corazón, con sus sentimientos, personas, seres humanos. Con catorce años esas cosas son casi imperceptibles, siempre te gusta más jugar con tus juguetes, con un balón, escribir en el asfalto, cabrear a los vecinos...
Pero Carlos ya no tenía catorce años, no mentalmente. Creció cuando su madre, de una fuerte gripe que se agravó con el V.I.H. murió sobre sus manos mientras Anita, con apenas tres años preguntaba por qué mamá dormía tanto. Su padre desapareció con el nacimiento de la pequeña, así que Carlos, con nueve años, dejó de ir a la escuela y empezó a trabajar para darle de comer a su hermana porque ya no había nadie que cuidara de ellos- Un niño pobre, proletario tan precoz.
Un niño que ahora corría por la calle principal del pueblo de la mano de su hermanita, huyendo de una muerte que tarde o temprano se apoderaría de sus cuerpecitos. Pero ahora no, no. No habían luchado tanto para morir así.

- Carlos, me duele mucho el corazón. - Anita jadeaba, corría como podía casi arrastrada pro su hermano, con el corazón en la boca y la cara llena de sudor y churretes.
- Ya queda poco para llegar, no te preocupes. - Mentira ¿A dónde iban a llegar? Todo estaba bombardeado, destruido, desértico. Se oía a la gente gritar y caer con cada  con cada movimiento exagerado del asfalto. Casi no se veía por la polvareda levantada.
- ¡Carlos!

Y ya no escuchó mucho más, un pitido ensordecedor acompañó a un dolor punzante sobre las rodillas. Una bomba había impactado justo detrás de ellos, pero no podía pararse. Se habían salvado, vamos. Corre Carlos, adónde sea. ¡CORRE!

- Anita, ya estamos llegando pequeña. - Gritó por encima del ruido.  Poco a poco fue volviendo a la realidad, saliendo de aquel trance que hacía pitar sus oídos y tener el corazón palpitando justo en las rodillas. Su mano ya no tiraba de nada, de nada más que un brazo, el brazo de Anita ensangrentado. Volvió la vista hacia atrás y no encontró mas que un camino de sangre, polvo y desolación. No le importaron en ese momento las heridas de sus rodillas, cayó desplomado, con las lágrimas sobre las mejillas cayendo sin cesar, con un grito ahogado en su garganta que no era capaz de salir. Y allí se recostó, sollozando y muerto ya en vida, sin Anita, esperando lo que fuera, que él, ya no quería respirar.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Los gestos y sus gentes

Y observo, sé cómo se ríe.
Esa forma de mirar, los ojos tan abiertos cuando se indigna.
Y los de ella, tan parecidos a los de este otro, con patas de gallo dibujadas perfectamente en la comisura de sus ojos.
La forma de guiñar de aquella chica, la forma en la que se recoge el pelo. Cuando él te habla distraído, los conoces.
Son ellos.
Son gente, y sus cosas, y gestos, y la gente.