martes, 30 de octubre de 2012

Los ojos rojos

 Se encontraba en medio de la calle, entre el bullicio. A un lado gente, y al otro, más gente. Las señoras mayores y gruesas riñen a sus nietos por la rabieta de un capricho, las mujeres maduras comparan la fruta de los puestos y las jovencitas risueñas y despistadas miran y miran sin ver nada, inmersas en su mente, lejos de aquel escándalo de mercado.
  Eran las doce de la mañana, o casi, y África, pequeña y tímida se movía entre el bullicio recordando lo que le había dicho su abuela: busca a alguien despistado y mete la mano en el bolso, después corre, corre mucho   y dámelo sin que se entere mamá.
Desde siempre le habían enseñado que esas cosas no se hacían, que era de niña mala, que venía el coco, que te comían los pies mientras estabas dormida los fantasmas y, sin embargo, ahora le pedía eso su propia abuela. Pero su amor por ella hacía que se le olvidaran todos los peligros que conllevaba robar y se dispuso a mirar bolsos.
Cerrados con cremallera,  medio abiertos, bien protegidos bajo el brazo, con manos buscando dinero dentro de ellos; nada. No había por donde, no se presentaba la oportunidad.
Media hora más bajo un sol que empezaba a picar y África no conseguía nada.
La niña volvió a casa con la cabeza gacha y los ojos llorosos, decepcionada de decepcionar.
¿Qué le diría a su abuela, que había sido tan tonta que no había conseguido nada?
Se enfrentó a la imagen por un momento y la olvidó al instante, levantó la cabeza y ya se encontraba frente a la puerta de casa. Entró sigilosamente, sin querer hacer ruido, sin querer existir, y avanzó de puntillas a su cuarto para meterse en él a llorar, pero una voz que susurraba le sorprendió.
- ¡Nena, nena! ¿Qué has traído?
Su abuela andaba encorvada, tenia los ojos rojos y cogía un cigarrillo muy raro entre sus dedos, andaba tambaleándose y la agarraba muy fuerte del hombro.
-... Na-nada.
África tenía la mirada fija en una baldosa del suelo y se preguntaba por qué no habría llegado antes a ella, así no tendría que pasar por eso.
- ¿¡Nada!? Pero niña, ¿qué has hecho todo este tiempo? - La abuela abandonó los susurros y levantó tanto la voz que asustó a la pequeña.
- Lo siento abuela, yo n... - África rompió a llorar.
- ¿Qué pasa aquí? - Lucía, la hija de Sandra y madre de África entró en el recibidor y acto seguido, Sandra; la abuela, escondió el cigarro tan raro que tenía en la mano.
- No pasa nada cariño. - La abuela sonrió y se alejó corriendo hasta el baño.
Lucía miró a África, que estaba paralizada y llorando en silencio mirando al suelo, movió la nariz y abrió mucho los ojos.
- ¡MAMÁ! ¿QUÉ LE HAS HECHO A LA NIÑA? ¿YA HAS FUMADO DELANTE DE ELLA?
África no entendía nada, así que corrió hasta su cuarto sin ni siquiera cerrar la puerta. La abuela fumaba siempre mientras hacía los deberes y su madre no estaba, y justo antes de que volvieran a tener su compañía, llenaba la casa de perfume y movía las manos enérgicamente  como echando el aire hacia la ventana, pero nunca le había pedido ser una niña mala, nunca le había puesto en peligro de ser comida por los pies, siempre le había protegido de eso.
Y seguía sin entender nada, pero cuando creciera, como siempre dicen las madres, lo entendería todo.

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